Lo que relato a continuación sucede en Bella Italia, el barrio de mi infancia, a unos pasos de la casa en que viví hasta los veintidós, sobre la primera esquina que uno se encuentra si uno sale de ella y camina a la derecha.
Es de noche y hace calor. El cielo está oscuro y despejado, sin rastros de una nube. El barrio se ilumina por la luz de una luna llena y gigante. Estamos Cristina, una vecina del barrio, su hijo Facundo, Milagros, una amiga de toda la adolescencia y yo. El protagonista de toda la escena es Facundo, un niño de seis o siete años. El mismo se encuentra en el medio de la calle. Sobre una de las veredas está su madre sosteniendo una de las puntas de un tejido de alambre larguísimo, y del otro lado, sobre la vereda contraria, estoy yo, sosteniendo la otra punta del tejido.
Mi trabajo consiste en correr sosteniendo el tejido, de una extremo a otro, sobre la calle y las veredas, mientras Cristina queda anclada en la otra punta, de tal forma que dibujamos casi un semicírculo con el recorrido del tejido. En medio de todo esto, Facundo, a quien el tejido por algún motivo no logra atravesar, ensaya movimientos de boxeo. Milagros, por fuera, observa todo con atención y dirige a Facundo en su entrenamiento.
De eso se trata todo: de que Facundo, enfrentando el tejido, practique movimientos de boxeo. Facundo está entrenando, Cristina y yo lo ayudamos, Milagros lo guía.
Facundo termina su entrenamiento y le pregunto a Cristina si guardamos el tejido o lo dejamos tirado sobre la calle. Hago esta pregunta porque me da pereza doblar el tejido sobre sí mismo una y otra vez y espero, de alguna manera, que me responda que lo dejemos tirado. Pero Cristina me responde: «Estoy orgulloso de mi hijo. Es bueno en lo que hace. Siempre está entrenando. Los movimientos de boxeo se le dan bien, tiene gracia para eso. De eso se trata esto, Sebastián. El tejido no es amable, no es fácil de moldear. Esquivarlo requiere técnica, constancia y cansancio. Esfuerzo. Doblemos el tejido y guardémoslo. Da pereza pero es lo que hay que hacer. Mañana Facundo entrena otra vez. Exponerse a lo incómodo es lo que le permite desarrollar la técnica. Manipular la realidad dada con trabajo. Esforzarse y sostener el esfuerzo a pesar de la frustración. Eso da frutos».
Le quiero decir a Cristina que no hace falta doblar el tejido, que podemos encontrar con palabras elegantes el argumento exacto para justificar la falta de esfuerzo. Volver el desorden y la apatía en una tesis. Decir que se trata de una obra de arte conceptual, que el tejido en símbolo de otra cosa. Pero las palabras de Cristina ya resonaron con fuerza en mi interior y no tengo nada que decir. Miro a Facundo, pienso en su entrenamiento y en la belleza de sus movimientos con el placer de quien contempla algo hermoso. Doblamos el tejido, lo guardamos.